domingo, 1 de julio de 2012

Capitulo 23.



- Ari, ¡¿Tu no habías quedado con Blas?!- Dijo Alba tirándose encima de mí.
- ¿Qué?- Dije incorporándome.- ¿Qué hora es?
- Las tres y media…
- ¡¿Qué?! Mierda, que viene en media hora no me da tiempo.
Me levanté del sofá sin dejarle decir nada más y entré directa a mi habitación. Mónica ya se había marchado. Dejé los zapatos de la noche anterior tirados por el suelo y abrí el armario en busca de algo de inspiración. Me di una ducha rápida, lo suficiente para desperezarme, y que se me quitara la jaqueca de la noche anterior.
Me enrosqué una toalla alrededor del cuerpo y entré en la habitación de nuevo. Tropecé con los zapatos y caí, con tan mala suerte que la esquina de la cama se clavó en mi espinilla.
Aun dolorida me levanté como pude y me vestí. Me puse un vestido azul de manga corta con un fino cinturón en la cintura, y cogí unas sandalias que me había comprado antes de venir de Barcelona.
Me miré en el espejo. Tenía el pelo empapado. Me enrosqué la toalla en la cabeza y volví al lavabo.
- Blas está subiendo.- Dijo Alba asomándose por la puerta del baño, mientras enchufaba el secador.
- ¡¿Pero que hora es?! Si aún es pronto…- La miré. Estaba riéndose de mí. Como me temía Blas aun no había llegado.- ¡Eres idiota!- Añadí  tirándole la toalla.
Picaron a la puerta. Me quedé mirándola con cara de desesperación.
- Ya voy yo… Pero corre que no te va  a dar tiempo.
Fui hacia el salón y me senté en el sofá a abrocharme las sandalias.
- Hola.- Miré al frente. Blas estaba parado justo en la puerta con una gran sonrisa. Me levanté y le di un fuerte abrazo.
- Hola- Dije tomando aire.- Ven, que tengo que coger el bolso.- Le cogí del brazo y le llevé hacia la habitación.
Lo cogí de encima de la cama y miré en su interior. Era un desastre. ¿Dónde habría dejado ahora mi teléfono móvil?
Miré a Blas que se limitaba a reír viendo esa cómica escena de desesperación.
 - No te quedes ahí parado riéndote. Ayúdame, que no encuentro el móvil.
- A ver, espera que te llamo.- Dijo marcando mi número.
- Estaba en silencio. O sino estará apagado, o lo habré perdido por alguna parte de Madrid, quien sabe. ¿Y si me lo han robado? No, tiene que estar por alguna parte.- Añadí revolviendo toda la cama.
- Ari, estate quieta, no pasa nada, si tienes que llamar te dejo el mío.- Dijo ahora ayudándome a buscar entre las sábanas.
Me levanté de la cama y tropecé con uno de los zapatos que me puse la noche anterior, los dichosos zapatos. Caí encima de Blas, que acabó tumbado encima mio. Mirándome fijamente.
De golpe abrieron la puerta. Era Alba. La cara que se le quedo cuando nos vio a uno encima del otro en el suelo fue tan épica que no pudimos evitar reír.
- Eh, esto… ¿Interrumpo?- Dijo Alba sin poder evitar reírse.
- No, es que nos hemos caído y…- Contestó Blas, la historia, aunque cierta, cada vez era menos creíble.
- Si, seguro… Ari me voy a casa de Álvaro.- Dijo rápidamente evitando seguir con aquel tema.
-Vale, esta noche nos vemos, si me tienes que llamar llama a Blas, que lo de que no lo encuentro es verdad, creo que lo he perdido.- Añadí aún sin poder parar de reír. – Oye, ¿Y tú no te habías ido?
- Si, pero me he dejado el bolso. Bueno me voy que aun tengo que ir hasta casa de Álvaro.
Alba se marchó rápidamente, pero no sin antes mirarme con  una sonrisa.
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Tras salir de la habitación de Ari y coger mi bolso, me dirigí hacia casa de Álvaro. Me costó encontrarla, ya que el Google Maps de mi móvil se volvió loco. Al llegar, piqué desesperadamente ocho veces al timbre. A la novena, me abrió.
- Hola. ¿Querías quemarme el timbre o simplemente has cogido un tic?- Dijo él sonriente, dándome un beso en los labios.
Ignoré su comentario y entré sin que él me invitara a hacerlo y como Pedro por su casa, me dirigí hacia la mesa donde había papeles y libros amontonados.
- ¿Es esto lo que tienes que estudiar?- Pregunté.
- Si.- Dijo con una mueca de desagrado.
- Maldita sea. Creo que tendría que dejarte la tarde para ti. Es mucho.
- Yo creo que no, que deberías quedarte. Tampoco es tanto.- Dijo guiñándome un ojo.
Le sonreí.
- Bueno, ¿no piensas enseñarme tu casa, o qué?
Hicimos un breve recorrido por ella hasta que llegamos a una salita pequeña que me cautivó.
- ¿TIENES UN PIANO? ¿Cómo no me lo habías dicho antes?
- ¿Te gusta el piano? ¿Sabes tocarlo?
- Me encanta.- Dije dirigiéndome al piano y abriéndolo.- ¿Qué quieres que te toque?
Álvaro se me quedó mirando con cara de circunstancia, y entonces me di cuenta.
- Vale, si, ha sonado bastante mal.- Reí.
Él se echó a reír conmigo.
- Bueno, pues tocaré... ¿Someone like you?- Dije.
- Vaya...
- ¿Qué te pasa?
- No... Nada... Hubiera preferido que tocases cumpleaños feliz... Ya sabes... Por eso de que los pasteles se relacionan con los cumpleaños...- Dijo riendo.
Le miré arqueando una ceja.
- ¿Estás enfadada?- Preguntó serio.
- ¿Cómo quieres que me enfade con alguien como tú? A  veces eres muy tonto y haces cosas que no me gustan pero es imposible, yo te quiero igual.
- ¿Me quieres igual?
- Si, mucho. JE, JE...
- Empiezo a sospechar que solo me quieres por mi piano.
- Justo eso. Has dado en el clavo.- Dije cerrando el piano.
- Eh, ¡qué aún no has tocado nada!
- Es tu culpa, tú te lo pierdes. Mala persona.
Le saqué la lengua y salí corriendo de la salita hasta el comedor, donde me senté en el sofá. Él vino cinco segundos después.
- ¿Nunca te cansas?- Preguntó.
- Hoy estás más guapo que de costumbre.- Le dije.
Se sentó a mi lado y yo apoyé mi cabeza sobre su hombro.
- No lo entiendo.
- ¿El que no entiendes?- Preguntó él.
- No sé casi cosas de ti, y sin embargo te quiero y te necesito. No tiene sentido.
- Bueno... Sabes que me llamo Álvaro, que soy de Madrid, canto, tengo 22 años y... te quiero.
- ¿22? ¿Seguro? ¿Cómo sé que no mientes?
- ¿Cuántos tengo si no?
- Que se yo... ¿Treinta y cuatro? Si, eso. Yo creí que tenías 34. Me has engañado pero bien. Eres demasiado joven para mí. 22 años son pocos. Te dejo.
- Eh... Pe...- Comenzó a decir él.
- No.- Interrumpí.
- ¿No qué?
- Que te he vuelto a mirar y no te dejo. No puedo.
- Estás loca.
- Pero soy adorable, y lo sabes.
- Todo el mundo lo sabe.
Miré el reloj.
- Bueno, han pasado ya veinte minutos, y no me quiero ir, pero quiero que seas inteligente y un hombre bien formado, así que te voy a dejar estudiando.
- ¿Ya? Dijiste media hora. Jolín.
- ¿Jolín?- Dije riendo.- Jolón. Llámame cuando tengas otro huequito para mí.
- ¿A caso dudabas que lo haría?
Me levanté y le besé.
- ¿Qué vas a hacer ahora?- Preguntó.
- Me iré con Ari a alguna parte. Si ha acabado lo que estaba haciendo...- Dije recordando la última escena.
- ¿Qué estaba haciendo?
- Cosis con Blas.- Dije riendo.
Le volví a besar, bajo su cara de "no entiendo nada".
Me dirigí hacia la puerta y allí me giré para ver como me dedicaba una de sus bonitas sonrisas. Le mandé un beso con la mano y salí.
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Estuvimos dando una vuelta por las calles mientras hablábamos, hasta que el calor nos hizo sentarnos a la sombra de un árbol. Me tumbe a su lado. Cerré los ojos y noté como se puso a mi lado.
Giré  la cabeza hasta que nuestras caras quedaron frente a frente. Él estaba a pocos centímetros de mí, mirándome. Notaba algo extraño en mi estómago. Algo que nunca había sentido por nadie.
- ¿Por qué es todo tan difícil?- Murmuró, ahora me miraba a los ojos y hablaba casi en un susurro- ¿Por qué nos cuesta tanto decirnos las cosas?
Mi estómago se revolvía cada vez más. Noté sus manos acariciándome, abrí los ojos cuándo noté la yema de sus dedos en mi cara. Estábamos muy cerca, demasiado.
 Suspiré. Blas suspiró y se separó de mí.
Me senté y miré hacia arriba, mirando al cielo. Él se reincorporó. Estaba ausente, raro.
 - ¿Estás bien? –Le dije. Quería que se acabara esa tensión, estaba sufriendo, mi estómago no me dejaba descansar, y mi corazón menos. Se aceleraba por momentos, no sabía como actuar.
- Ari yo…- Cerró los ojos y volvió a dejarse caer a mi lado. Pero esa vez estaba más cerca que antes. Y mi corazón cada vez latía más fuerte.
Su nariz rozó la mía y me acarició la cara, poniendo los dedos bajo mi barbilla, acercándome a él. Cerré los ojos y noté sus labios contra los míos.
Blas me besó, y fue el beso más dulce que jamás me habían dado. Sus labios me rozaron lentamente, con cuidado, mientras sus dedos, suaves, paseaban por mi cara y se enredaban en mi pelo.
- Lo siento, no he debido hacerlo, yo…- Dijo separándose.
- Blas, no pasa nada.
- No, de verdad, lo siento, no he debido hacerlo, y debía haberte dado una explicación... No se lo que me ha pasado…- Él seguía hablando, excusándose por lo que acababa de pasar, una cosa que me había gustado y quería repetir.
- Blas, que te calles, que me ha gustado que lo hicieras.- Solté de golpe, y así consiguiendo capar su atención.
- ¿Enserio? ¿Te ha gustado que te besara? ¿No te has enfadado?
Asentí, levantándome y tendiéndole la mano.
- Anda vamos, que aun me tienes que enseñar Madrid.